Suena el despertador. Son las cuatro de la madrugada y tengo que
levantarme para trabajar.
Una fuerte presión se precipita en mi pecho que casi me impide respirar
y un nudo en mi garganta evita expresión alguna. Abundantes lágrimas se desbordan
de mis ojos y anulan mi visión.
Fabi ocupa todo mi espacio nada más retomar mi conciencia y me digo que
no puede ser verdad, aunque para algunos ya “haga dos semanas de la muerte de
nuestro hijo” y que por esa razón tengo que abordar de nuevo mis obligaciones
laborales.
Un pensamiento débil y desesperado me dice que no puedo, que quiero
morirme y estar con él pero a pesar de todas esas resistencias, tengo que levantarme.
Parece ser que no existe ninguna otra alternativa. La vida continúa.
Y en mis primeros días laborales, tengo que tragarme la profunda pena y
no dejarla salir como si supiera que en el exterior, no encontraría lo que
necesitaba.
Comenzó a partir de aquellos primeros días, a ser “mi pena”,
transformándose mi dolor, en algo íntimo que no estaba dispuesto a compartir
con cualquiera.
No siempre se puede lograr y en muchas
ocasiones, debo ocultarme para que nadie pueda ver mis ojos enrojecidos porque
la emoción amenaza desbordarse, ante cualquier hecho puntual como una tarde que
comenzaron a pasar ante mis ojos princesas, guerreros del espacio, pistoleros,
trogloditas... era carnaval y los niños lucían sus trajes felices por las
calles y de pronto, me pareció ver a mi hijo Fabi de pequeñito, vestido de
romano y todo enfadado porque no sabía dónde dejar la espada y el cinturón que
se le caía...
Recuerdos de tiempos felices, lejos del
inesperado y doloroso presente pero que logran que mis lágrimas se desborden en
lugar inapropiado, donde tenga que dar explicaciones de lo que me ocurre y no
quiero hacerlo porque sé que tal cosa me producirá más dolor.
Una experiencia de esta envergadura deja
ver a las personas como son realmente. En lo positivo y en lo negativo. Nada
ante la muerte se puede ocultar tras la máscara social que antes funcionaba,
pues se da por hecho que ella, la muerte, es la gran verdad, la verdad más
absoluta, la que todo lo desnuda.
Ya no nos esforzamos como antaño, en
interpretar papeles sociales de marcada hipocresía, entre otras cosas porque sobrevivir
en el día a día ya nos supone un sobre esfuerzo y en ocasiones tiraríamos la toalla para no
recogerla mas; este cambio lleva consigo una revisión de las relaciones; atrás quedaron los supuestos amigos que
resultaron ser tan solo conocidos; de algunos familiares que solo son validos para
la típica reunión anual de unas horas desenfadadas .Porque para eso cualquier
persona que se cruce por la calle, ya te vale.
Nuestra vida ha cambiado. También nuestra
relación con el mundo. Esos cambios nos han transformado desde dentro, provocando
una mayor sensibilidad sobre lo que realmente sentimos y necesitamos. Sería una
incoherencia actuar de la misma forma que antes de que muriera Fabi como
pretenden algunas personas. Para ellos nada ha cambiado pero tienen que
comprender que para nosotros sí.
Solo permanecen a nuestro lado, las que nos
siguen queriendo a pesar de que ya no somos los mismos, aceptándonos con
nuestro dolor, nuestra rabia, nuestra tristeza, mostrándose en sintonía con lo
que ahora toca.
Es tiempo de largas conversaciones, de
largos silencios...
De compartir recuerdos y no de ir a hacer la paella al campo
Aceptar esa nueva realidad fue una pena añadida pero que en realidad nos
liberó de algo de lo que ya no estábamos dispuestos a asumir porque sabíamos de
antemano, que seríamos incapaces.
Intentamos vivir el día a día con plena
conciencia, seleccionando lo que merece la pena y lo que es absurdo y banal.,
abriéndonos a la posibilidad de crecer como personas, traspasando barreras,
rompiendo tabúes y accediendo a estados psíquicos de mayor claridad.
Cuando la vida te coloca en una posición tan
crítica, siempre trae con respecto a las
relaciones, una caja de sorpresas. Gratas, no tan gratas y en ocasiones incluso
ingratas.
Personas que no han cumplido las
expectativas que te habías creado sobre ellas poniendo en evidencia la
fragilidad del vínculo afectivo que nos unía y otras que por las circunstancias
que sean, no esperas una respuesta
significativa y te sorprenden gratamente.
A veces no nos damos cuenta de la manera
que afecta nuestra forma de actuar sobre los demás. Ya no vale protegerse ante
lo que supone una amenaza para la imagen que tenían de si mismos. El despiste
les ha aportado muchas pistas.
Tendremos que reconocer la evidencia de la
torpeza emocional de la que estamos dotados y que no sabemos cómo afrontar
casos como este, imbuidos en nuestra propia dinámica y sin el suficiente interés por las demás y
esto hace que en la mayoría de las ocasiones, caigamos en torpezas dolorosas
como sin ir más lejos, acabando el libro, le ocurrió en una conversación con un
amigo que estaba en espera para una operación de urgencia vital y de la que sin
duda, dependía su vida.
- ¿tú
sabes Cristina lo que es ver truncados todos tus proyectos... así, de golpe,
sin esperarlo...?
Sabía perfectamente lo que estábamos viviendo con nuestro hijo Fabi.
Estuvo en el sepelio y manifestó su dolor por tan terrible pérdida.
¿Qué ocurrió entonces...?
¿Quizás imbuido en su dura experiencia ya había olvidado la nuestra…?
Cristina esperó a mejor momento para
plantearle esta duda, sabiendo que ese día llegaría.
Todos
corremos el riesgo de equivocarnos puesto que el error es fundamental en
nuestras vidas. Pero de nada sirve si no
conseguimos prestar mas atención pues el hecho de reconocerlos, nos permite
tomar el control de nuestros actos y mejorar en el futuro.
Pero para que eso ocurra, es imprescindible
meterse dentro de la piel del que está sufriendo y desde allí intentar ser él y
visionar las cosas desde su perspectiva, algo demasiado complicado y doloroso
como para implicarse hasta ahí y por ello prefieren no cambiar de ángulo de
visión y seguir donde estaban evitando un dolor tan intenso.
Y para esto, parece ser, aun no estamos preparados.
Estoy totalmente de acuerdo contigo.Yo sigo llorando la pérdida de mi pareja que se me fué hace 3 meses,y algunas personas ya dan por hecho que ya lo tengo que haber superado.Nunca voy a superarlo,me ha marcado para siempre,y no entiendo como la vida sigue cuando Pedro ya no está conmigo,como si no hubiera pasado nada,no es justo.
ResponderEliminarEntiendo que cada uno tiene sus propios problemas,y que para ellos seguramente cualquier cosa es mas importante que mi dolor y yo tendré que vivir con esto siempre,como vosotros,de diferente manera,pero es mi dolor.Y no acepto que me digan que me anime,o que yo ya sabía que estaba enfermo.....como si eso me consolara por que no es así.
Y aunque por la calle no llore,por que no quiero dar pena no significa que mi alma se ha roto,y es así,y quien no lo entienda mejor que no me diga nada y me deje seguir mi camino.
UN abrazo
Carol
Pues sí Carol. Esa es la triste realidad en la que estamos sumergidos y de la que es difícil salir porque nadie quiere saber del dolor hasta que este llama a su puerta.
EliminarComo tú sabes, sentimos mucho la muerte de Pedro y te acompañamos en tu dolor aunque este sea intransferible, solo reservado para ti.
Te mandamos toda la calidez que te permita seguir adelante, y nuestro recuerdo a tan buena persona como fue (es), nuestro querido Pedro.
Un fuerte abrazo de tus amigos