“no maldigas el
alma que se ausenta, dejando la memoria del suicida. Nadie sabe que fuerza, que
tormenta lo arrastra de las playas de la vida...”
dr. Carlos
Romagosa:
Cuando eres el protagonista de una tragedia
como la nuestra, quedas estigmatizado para el resto de tu vida porque el
suicidio es algo inadmisible para todo el mundo sin entrar en posibles
consideraciones por el suicida aunque, queremos aclarar que nosotros no
sentimos esa estigmatización como tal, puesto que contemplamos la muerte por
suicidio como un modo más de morir y que se remonta a los mismos albores de la
humanidad, independientemente de los contextos políticos y religiosos”.
Claro, si las personas que se ven atrapadas
por la circunstancia que sea, recurren
al suicidio, puede crecer aún más el
número de suicidios y esto, en una supuesta sociedad del bienestar tendría
difícil explicación.
A pesar de ello, el suicidio siempre
existió y probablemente se reaccionó de manera idéntica a la actual en términos
generales, aunque ello nunca fue obstáculo para que las personas que tomaban
esa drástica decisión, lo hicieran igualmente, en un último acto de libre
voluntad.
No todos tienen la fuerza suficiente como
para enfrentarse a la sociedad que juzga y condena al suicida y a la familia
que queda desolada por tan trágico suceso y por esa razón, se procura ocultar
en la medida de lo posible. Algo que en realidad, también hacen las autoridades
de todos los países del mundo.
El suicidio para ellos, para las
autoridades políticas y sanitarias, es un fracaso implícito de nuestro sistema
y este puede quedar estigmatizado como
ocurre con las familias que vivimos ese duro proceso. Porque pueden aparecer
demasiados interrogantes de muy complicadas respuestas y más difíciles
soluciones.
¿Será que falla algo en nuestro sistema...?
Mejor mirar para otro lado; mejor negar que
sea una realidad que crece de manera imparable.
Mejor seguir mirando para otro lado como si
nada ocurriera; como hace una buena parte de la sociedad, quizás contagiados
por esa falsa sensación de bienestar; como si nuestro sistema funcionara
perfectamente y no fuera preciso efectuar correcciones.
Es significativo que ante la muerte de
nuestro hijo, son muchas las personas que lo conocían desde que era un niño y
lo vieron crecer día a día en aquél pequeño colegio rural pueblecito cercano a
Igualada, y que no han tenido valor de venir a dar las condolencias.
Si nos escondemos de la enfermedad; del
dolor y la muerte, cuando esta es por un suicidio, la reacción es aún más
extrema. No sabemos que decir ni
que hacer. Es un tema tabú.
Son pocos los que piensan en él como
persona. Que razones pudieron conducirla a hacer algo así; en cual podía ser su
situación.
Cuando se dirigen al suicida lo hacen con
desprecio...
- ¡Que cobarde...!
Nadie entra a considerar que también
puede haber algo de suicida en el que se pone frente a un toro o participa en
carreras de altísimas velocidades; o que desarrolla cualquier actividad,
profesional o no, de alto riesgo para sus vidas, sin motivos aparentes o por
elevados sueldos.
Es algo aceptado e incluso alabado.
Pero si alguien decide terminar por causas
que no sean las citadas, simplemente
porque no puede más con su vida por las razones que sean (siempre
dramáticas...), queda condenado para la eternidad.
Reconociendo pues que el suicidio existe
desde que la humanidad comenzó a articular sus primeros movimientos, deberemos
convenir que es absurdo que lo ocultemos sabiendo que son miles y miles las
personas que lo hacen en todo el mundo.
El caso de nuestro hijo es uno más puesto
que se están suicidando muchas personas que padecen FM, SFC y SQM como también denuncia Clara Valverde en su
libro Pues tienes buena cara .
Numerosos suicidios por estas enfermedades y
otros muchos más de los que no tenemos conocimiento porque es ocultado
sistemáticamente.
Y si los analizamos uno por uno, veremos
que todos están unidos por un mismo
hilo: el dolor, la incomprensión médica y social y las constantes humillaciones
que tienen que soportar estas personas que terminan conduciéndoles a la
soledad.
Leyendo el libro de Clara Valverde había
momentos que creíamos que era el que nosotros estábamos escribiendo pues las
difíciles situaciones que tenía que superar en el día a día, eran calcadas a
las que tuvo que sufrir Fabi y su denuncia estaba en general, dirigida a los
mismos lugares que la nuestra: la sanidad pública, los políticos, la
sociedad...
Lo que diferencia a Fabi de las demás
tragedias es que él dejó una carta que resultó ser todo un legado para el mundo
y que esta no deja indiferente a nadie y por ello son muchas las personas que
están luchando contra estas injusticias.
El suicidio es una realidad aunque sean
muchos los que prefieren no verlo y sean muchos más los que lo condenan. No
sirve de nada ignorar las causas que conducen a estas personas a hacer algo así
pues están ahí y aunque escondamos la cabeza como un avestruz, estos continúan
su avance implacable.
Creemos humildemente, que en lugar de
condenar, insultar, despreciar y muchos descalificativos más que se utilizan
con los suicidas mejor sería que intentáramos analizar y comprender las causas
que pudieron llevar a esas personas a hacer algo tan terrible y doloroso para
todos y a partir de ahí, comenzar a trabajar positivamente para evitar que siga
ocurriendo.
Quede claro que no estamos haciendo
apología al suicidio si no todo lo contrario. Lo estamos denunciando como una
cruda realidad que comienza a parecerse a una plaga y que deberíamos considerar
seriamente que algo debemos hacer mal cuando esto está ocurriendo.
¿O es que nosotros quizás no tenemos
responsabilidad en todo esto...?
Aún es un tema tabú...
Y lo es porque en el fondo todos sabemos
que tenemos una parte de responsabilidad cuando esto ocurre y no queremos
asumirla, el mejor modo es mirar hacia
otro lado y como si no viéramos nada.
Como dice el religioso camilo J.C. Bermejo
en su libro “Estoy de duelo”:
“Cada
persona que se quita la vida constituye un reclamo universal, no tanto para
promover el sentimiento de culpa sin consecuencias, cuanto para tomar
conciencia de la responsabilidad de construir un mundo habitable y capaz de dar
sentido, un mundo donde quepan todos...
En efecto, muchos de los suicidas son
personas que experimentan diferentes formas de marginación, tales como
enfermedades incapacitadoras, ancianidad, viudez, paro, etc. En todos ellos se podría detectar una
notable experiencia de pobreza de relaciones significativas, en el ámbito
afectivo, que genera una soledad vivida como caldo de cultivo del sinsentido;
pero esto no significa que haya culpabilidad o responsabilidad en los
supervivientes. Es una experiencia personal, vivida de esa manera incluso por
encima del entorno, que se puede haber empeñado en generar las mejores de las
circunstancias afectivas posibles.
He aquí la responsabilidad de todos en la
prevención: la lucha contra la soledad afectiva y la promoción de relaciones
que refuercen la identidad de cada uno, y el gusto por ser uno mismo y
re-conocido, también en medio de las dificultades. La prevención primaria pasa
por el tipo de sociedad que construimos: más o menos justa, inclusiva, apoyada
en relaciones y valores sólidos.
La prevención del suicidio, entonces, pasa
por construir una cultura de sentido...”
Nuestros políticos no facilitan la cultura
del sentido porque ignoran el dolor... entre otras muchas cosas...
Prefieren mirar para otro lado...
Pasar página... como la sociedad en
general...
Ya Séneca, pensador romano y gran
orador, reflexionó sobre el suicidio y el dolor.
“... No
huiré con la muerte de la enfermedad mientras esta se pueda curar y deje mi mente intacta. No levantaré la mano contra
mí mismo a causa del dolor, porque morir así es dejarse vencer. Pero sé que si
debo sufrir sin esperanza de alivio
partiré, no por miedo al propio dolor, sino porque me impide todo aquello por
lo que viviría...”
El suicidio no puede ser ignorado pues es
evidente su existencia y propagación como si de una mortífera plaga se tratara
y no cesa de crecer. Por ello es urgente que empecemos a hacernos muchas
preguntas y por supuesto que tratemos de encontrar respuestas. No podemos
continuar ignorándolo o peor aún, simulando ignorarlo.
Son numerosas las razones que inducen a
personas del todo el mundo a tomar esta decisión. Las enfermedades ignoradas
que nos ocupan en este artículo, son unas de ellas y el primer paso urgente es
reconocerlas, oficial y socialmente y sin duda, la mayor información que este
hecho propiciaría, podría ser un buen principio para continuar luchando contra
sus dolores, pero no ya para que les crean.
Como ya se dijo más atrás, la FM además de
no tener cura tiene que soportar el agravante de no estar reconocida y con
ello, provocar el rechazo e incomprensión social y familiar que conduce al
enfermo a la soledad más frustrante y que está llevando a muchas personas, a
las temibles consecuencias del suicidio. Son
hombres y mujeres y cada vez más jóvenes, los que toman este camino en
la más terrible de las soledades.
Tanto la tradición religiosa como los
agnósticos o ateos que se pronuncian contra el suicidio o contra la eutanasia,
lo hacen esgrimiendo estos dos argumentos: que es un atentado contra el amor a
si mismo o que es un atentado contra la sociedad.
Estos argumentos no resisten un análisis
crítico, como nos dicen muchos autores modernos, entre otros, Holderegger.
“De hecho,
que amor tan grande no muestra a si mismo aquel hombre que determina poner fin
a su vida porque ve que se va degradando hacia la inconsciencia o hacia la
incapacidad física y, ¿no es eso un servicio a la sociedad y a la familia, que
les evita dedicaciones y gastos? Parece pues que tanto por amor a si mismo como
por servicio a la sociedad, dejar voluntariamente de vivir puede ser una
muestra de amor, generosidad y de
respeto”.
Con independencia que estemos o no de
acuerdo con esa drástica decisión, deberíamos intentar contemplarlo como un
acto que está más allá del bien y del mal y procurar mantener una actitud
de profundo respeto.
Creemos sinceramente, que tendríamos que
valorar esa decisión como única y exclusivamente personal y abstenernos de
comentarios simplistas y malintencionados ante un hecho tan trascendental.
La decisión de nuestro hijo Fabi, debería
ser contemplada como un último acto de libertad del ser humano. Sin embargo, esto no es exactamente así, ya que Fabi quería vivir y si tomó esa trágica decisión, fue porque no vio otra salida, rodeado de marginación y sin esperanza de curarse.
Dignificar la memoria del suicida es una labor importante.