lunes, 20 de mayo de 2013

ENFERMEDADES QUE MATAN




                  

 
“no maldigas el alma que se ausenta, dejando la memoria del suicida. Nadie sabe que fuerza, que tormenta lo arrastra de las playas de la vida...”

                                  dr. Carlos Romagosa:

  
Cuando eres el protagonista de una tragedia como la nuestra, quedas estigmatizado para el resto de tu vida porque el suicidio es algo inadmisible para todo el mundo sin entrar en posibles consideraciones por el suicida aunque, queremos aclarar que nosotros no sentimos esa estigmatización como tal, puesto que contemplamos la muerte por suicidio como un modo más de morir y que se remonta a los mismos albores de la humanidad, independientemente de los contextos políticos y religiosos”.

 Claro, si las personas que se ven atrapadas por la circunstancia que sea,  recurren al suicidio,  puede crecer aún más el número de suicidios y esto, en una supuesta sociedad del bienestar tendría difícil explicación.

 A pesar de ello, el suicidio siempre existió y probablemente se reaccionó de manera idéntica a la actual en términos generales, aunque ello nunca fue obstáculo para que las personas que tomaban esa drástica decisión, lo hicieran igualmente, en un último acto de libre voluntad.

 No todos tienen la fuerza suficiente como para enfrentarse a la sociedad que juzga y condena al suicida y a la familia que queda desolada por tan trágico suceso y por esa razón, se procura ocultar en la medida de lo posible. Algo que en realidad, también hacen las autoridades de todos los países del mundo.

 El suicidio para ellos, para las autoridades políticas y sanitarias, es un fracaso implícito de nuestro sistema y  este puede quedar estigmatizado como ocurre con las familias que vivimos ese duro proceso. Porque pueden aparecer demasiados interrogantes de muy complicadas respuestas y más difíciles soluciones.

                                      ¿Será que falla algo en nuestro sistema...?

Mejor mirar para otro lado; mejor negar que sea una realidad que crece de manera imparable.

 Mejor seguir mirando para otro lado como si nada ocurriera; como hace una buena parte de la sociedad, quizás contagiados por esa falsa sensación de bienestar; como si nuestro sistema funcionara perfectamente y no fuera preciso efectuar correcciones.

  Es significativo que ante la muerte de nuestro hijo, son muchas las personas que lo conocían desde que era un niño y lo vieron crecer día a día en aquél pequeño colegio rural pueblecito cercano a Igualada, y que no han tenido valor de venir a dar las condolencias.

Si nos escondemos de la enfermedad; del dolor y la muerte, cuando esta es por un suicidio, la reacción es aún más extrema. No sabemos  que decir ni que  hacer. Es un tema tabú.

 Son pocos los que piensan en él como persona. Que razones pudieron conducirla a hacer algo así; en cual podía ser su situación.

 Cuando se dirigen al suicida lo hacen con desprecio...

  - ¡Que cobarde...!

 Nadie entra a considerar que también puede haber algo de suicida en el que se pone frente a un toro o participa en carreras de altísimas velocidades; o que desarrolla cualquier actividad, profesional o no, de alto riesgo para sus vidas, sin motivos aparentes o por elevados sueldos.

 Es algo aceptado e incluso alabado.

 Pero si alguien decide terminar por causas que  no sean las citadas, simplemente porque no puede más con su vida por las razones que sean (siempre dramáticas...), queda condenado para la eternidad.

 Reconociendo pues que el suicidio existe desde que la humanidad comenzó a articular sus primeros movimientos, deberemos convenir que es absurdo que lo ocultemos sabiendo que son miles y miles las personas que lo hacen en todo el mundo.

 El caso de nuestro hijo es uno más puesto que se están suicidando muchas personas que padecen FM, SFC y SQM  como también denuncia Clara Valverde en su libro Pues tienes buena cara .
 
 Numerosos suicidios por estas enfermedades y otros muchos más de los que no tenemos conocimiento porque es ocultado sistemáticamente.

 Y si los analizamos uno por uno, veremos que todos están unidos por un  mismo hilo: el dolor, la incomprensión médica y social y las constantes humillaciones que tienen que soportar estas personas que terminan conduciéndoles a la soledad.

Leyendo el libro de Clara Valverde había momentos que creíamos que era el que nosotros estábamos escribiendo pues las difíciles situaciones que tenía que superar en el día a día, eran calcadas a las que tuvo que sufrir Fabi y su denuncia estaba en general, dirigida a los mismos lugares que la nuestra: la sanidad pública, los políticos, la sociedad...

 Lo que diferencia a Fabi de las demás tragedias es que él dejó una carta que resultó ser todo un legado para el mundo y que esta no deja indiferente a nadie y por ello son muchas las personas que están luchando contra estas injusticias.

 El suicidio es una realidad aunque sean muchos los que prefieren no verlo y sean muchos más los que lo condenan. No sirve de nada ignorar las causas que conducen a estas personas a hacer algo así pues están ahí y aunque escondamos la cabeza como un avestruz, estos continúan su avance implacable.

Creemos humildemente, que en lugar de condenar, insultar, despreciar y muchos descalificativos más que se utilizan con los suicidas mejor sería que intentáramos analizar y comprender las causas que pudieron llevar a esas personas a hacer algo tan terrible y doloroso para todos y a partir de ahí, comenzar a trabajar positivamente para evitar que siga ocurriendo.

 Quede claro que no estamos haciendo apología al suicidio si no todo lo contrario. Lo estamos denunciando como una cruda realidad que comienza a parecerse a una plaga y que deberíamos considerar seriamente que algo debemos hacer mal cuando esto está ocurriendo.

 ¿O es que nosotros quizás no tenemos responsabilidad en todo esto...?

 Aún es un tema tabú...

 Y lo es porque en el fondo todos sabemos que tenemos una parte de responsabilidad cuando esto ocurre y no queremos asumirla,  el mejor modo es mirar hacia otro lado y como si no viéramos nada.

Como dice el religioso camilo J.C. Bermejo en su libro “Estoy de duelo”:

  “Cada persona que se quita la vida constituye un reclamo universal, no tanto para promover el sentimiento de culpa sin consecuencias, cuanto para tomar conciencia de la responsabilidad de construir un mundo habitable y capaz de dar sentido, un mundo donde quepan todos...

 En efecto, muchos de los suicidas son personas que experimentan diferentes formas de marginación, tales como enfermedades incapacitadoras, ancianidad, viudez, paro,  etc. En todos ellos se podría detectar una notable experiencia de pobreza de relaciones significativas, en el ámbito afectivo, que genera una soledad vivida como caldo de cultivo del sinsentido; pero esto no significa que haya culpabilidad o responsabilidad en los supervivientes. Es una experiencia personal, vivida de esa manera incluso por encima del entorno, que se puede haber empeñado en generar las mejores de las circunstancias afectivas posibles.

 He aquí la responsabilidad de todos en la prevención: la lucha contra la soledad afectiva y la promoción de relaciones que refuercen la identidad de cada uno, y el gusto por ser uno mismo y re-conocido, también en medio de las dificultades. La prevención primaria pasa por el tipo de sociedad que construimos: más o menos justa, inclusiva, apoyada en relaciones y valores sólidos.

La prevención del suicidio, entonces, pasa por construir una cultura de sentido...”

 Nuestros políticos no facilitan la cultura del sentido porque ignoran el dolor... entre otras muchas cosas...

  Prefieren mirar para otro lado...

 Pasar página... como la sociedad en general...

 Ya Séneca, pensador romano y gran orador, reflexionó sobre el suicidio y el dolor.

  “... No huiré con la muerte de la enfermedad mientras esta se pueda curar y deje mi mente intacta. No levantaré la mano contra mí mismo a causa del dolor, porque morir así es dejarse vencer. Pero sé que si debo sufrir sin esperanza de alivio partiré, no por miedo al propio dolor, sino porque me impide todo aquello por lo que viviría...”

 El suicidio no puede ser ignorado pues es evidente su existencia y propagación como si de una mortífera plaga se tratara y no cesa de crecer. Por ello es urgente que empecemos a hacernos muchas preguntas y por supuesto que tratemos de encontrar respuestas. No podemos continuar ignorándolo o peor aún, simulando ignorarlo.

 Son numerosas las razones que inducen a personas del todo el mundo a tomar esta decisión. Las enfermedades ignoradas que nos ocupan en este artículo, son unas de ellas y el primer paso urgente es reconocerlas, oficial y socialmente y sin duda, la mayor información que este hecho propiciaría, podría ser un buen principio para continuar luchando contra sus dolores, pero no ya para que les crean. 

Como ya se dijo más atrás, la FM además de no tener cura tiene que soportar el agravante de no estar reconocida y con ello, provocar el rechazo e incomprensión social y familiar que conduce al enfermo a la soledad más frustrante y que está llevando a muchas personas, a las temibles consecuencias del suicidio. Son  hombres y mujeres y cada vez más jóvenes, los que toman este camino en la más terrible de las soledades.

 Tanto la tradición religiosa como los agnósticos o ateos que se pronuncian contra el suicidio o contra la eutanasia, lo hacen esgrimiendo estos dos argumentos: que es un atentado contra el amor a si mismo o que es un atentado contra la sociedad.

 Estos argumentos no resisten un análisis crítico, como nos dicen muchos autores modernos, entre otros, Holderegger.

 De hecho, que amor tan grande no muestra a si mismo aquel hombre que determina poner fin a su vida porque ve que se va degradando hacia la inconsciencia o hacia la incapacidad física y, ¿no es eso un servicio a la sociedad y a la familia, que les evita dedicaciones y gastos? Parece pues que tanto por amor a si mismo como por servicio a la sociedad, dejar voluntariamente de vivir puede ser una muestra de amor, generosidad y de  respeto”.

 Con independencia que estemos o no de acuerdo con esa drástica decisión, deberíamos intentar contemplarlo como un acto que está más allá del bien y del mal y procurar mantener una actitud de  profundo respeto.

 Creemos sinceramente, que tendríamos que valorar esa decisión como única y exclusivamente personal y abstenernos de comentarios simplistas y malintencionados ante un hecho tan trascendental.

  La decisión de nuestro hijo Fabi, debería ser contemplada como un último acto de libertad del ser humano.  Sin embargo, esto no es exactamente así, ya que Fabi quería vivir y si tomó esa trágica decisión, fue porque no vio otra salida, rodeado de marginación y sin esperanza de curarse.

Dignificar la memoria del suicida es una labor importante.